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CONFERENCIA 30 OCTUBRE

lunes, 6 de marzo de 2017

HOJA PARROQUIAL Nº 130

PARROQUIA DE CRISTO REY-
Hoja Parroquial nº 130
Semana del 5 al 11 de marzo de 2017
Mensaje del Papa para la Cuaresma 2017
«El apego al dinero produce una especie de ceguera; no se ve al pobre»
«La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Homilía, 8 enero 2016)». Así empieza el Papa Francisco su mensaje para la Cuarema 2017, que ha titulado La palabra es un don. El otro es un don, a lo largo del que desgrana la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro.
Francisco invita en un primer momento a fijar la mirada en Lázaro, que enseña «que el otro es un don». Y añade: «La justa relación con las personas consiste en reconocer con gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del rico no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida. […] La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo. Cada uno de nosotros los encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor».
Luego analiza la figura del rico, en el que ve «la corrupción del pecado que se realiza en tres momentos: el amor al dinero, la vanidad y la soberbia». «El apóstol Pablo dice que “la codicia es la raíz de todos los males” Esta es la causa principal de la corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos. El dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico En lugar de ser un instrumento a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e impide la paz».Tanto es así que el Pontífice llega a afirmar que «el fruto del apego al dinero es una especia de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, llagado y postrado en su humillación»
«Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor ―que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador― nos muestra el camino a seguir», concluye.


La prostituta a la que salvó la Santa Misa

Anteayer me llamó el padre Osmín, un sacerdote venezolano también del Movimiento Cultural Cristiano, consultándome si conocía alguna institución eclesial para la recuperación de las prostitutas. Me comprometí a llamar a las religiosas adoratrices y le pregunté si me podía explicar qué ocurría.
Muy temprano había llegado a su parroquia, en el desvencijado centro de la ciudad, una muchacha de 17 años que buscaba el amparo de la Iglesia para escapar de la trata de mujeres. A los 14 años, tras discutir agriamente con su madre, se escapó de casa y no encontró otra forma de sobrevivir que entregarse por dinero. Ha recorrido media Venezuela y parte de Colombia, alquilada a los devastadores de cuerpos y almas jóvenes. Así llegó a nuestra localidad, muy lejos de su lugar de origen. Pero, no aguantó más. Huyó del hotel donde debía encontrarse con unos desalmados y pasó la noche escondiéndose de la oscuridad de sus recuerdos.
Al rayar el alba, añorando el abrazo materno, buscó el regazo que siempre nos acoge, la Iglesia y su figura, María. Y ahí la encontró mi compañero, gimiendo a los pies de la Inmaculada, Consolatrix aflictorum, ante la imagen que aparece en la fotografía –en la que también está el padre Osmín y un matrimonio amigo de ambos–. Ella sabía que esa era su casa y su Madre. Lo sabía con la certeza que el Espíritu solo da a los sencillos y a los sufrientes.
Osmín no la juzgó ni quiso salir de aquello rápidamente. Escuchó largamente a la joven, que le fue desvelando el sufrimiento atroz de un alma hecha jirones a causa del pecado del mundo, también del nuestro, como describe magistralmente el escritor francés Van der Meersch. Solo al final del relato de su vía crucis, el sacerdote amigo le preguntó cómo había soportado tanta humillación. «Gracias a la Misa, padre», contestó la adolescente. «He ido todos los domingos, estuviese donde estuviese. Eso me lo enseñó mi abuela en el pueblo donde me crié y es lo que me ha salvado. Si no fuera por la Misa me habría suicidado mil veces. Con vergüenza, me escondía detrás de una columna y le rogaba a Jesús y a la Virgencita que me sacasen de esto. Domingo tras domingo».
Gracias a que en la Iglesia encontró, quizá por primera vez, a alguien que se acercó a ella para amarla y no para utilizarla, esta joven está recuperando la esperanza y ha empezado a restablecer los lazos rotos con su familia, pieza clave para la sanación. Yo nunca había entendido eso de que «las prostitutas nos precederán en el Reino de los cielos» como hasta ahora: para ellas, como para los demás que llevan el peso de las consecuencias de nuestro mal, la Eucaristía, la Iglesia, la Santísima Virgen… no son juegos burgueses para usar a capricho. Son cuestiones de vida o muerte. Literalmente.
DEJARSE TRANSFORMAR CON PACIENCIA

Una tacita, preciosamente decorada, se atrevió a contar su historia al dueño que la sujetaba con ternura en sus manos:
Yo no he sido siempre esta taza que ves y sabes admirar. Hace mucho tiempo era simplemente barro amorfo. Mi creador me tomó entre sus manos y me fue modelando cariñosamente. Le pedí que me dejara ya en paz. Él sonrió y me dijo: “Aguanta un poco más, todavía no es tu tiempo”. Me puso en un horno, me pinto, me volvió a meter en otro horno. En cada manipulación me quejaba, y siempre la respuesta era la misma: “Aguanta un poco más, aún no es tu tiempo.” Al fin me dejó en la repisa hasta que me enfriara. Me puso ante un espejo y me dijo: “Mira, ésa eres tú”. No podía creerlo. Lo que veía era muy hermoso. Y casi nada recordaba el barro tosco del que inicialmente estaba hecha, el Creador me habló: “Sé que no todo lo que hice contigo te agradó, pero si te hubiera dejado cuando tú te quejabas, nunca habrías llegado a ser lo que ahora eres. Yo sabía desde siempre lo que tenías que llegar a ser. Gracias por dejarte modelar”.


Tengo dudas. Señor, aumenta mi fe

Teodoro es una buena persona, padre de familia, feliz con su profesión en los medios de comunicación social, comprometido en la acción social. Se considera agnóstico, pero tiene una gran sensibilidad por la belleza, la interioridad y la verdad. De repente, le sobrevino una verdadera tragedia: le avisaron de que su hijo de 20 años ha tenido un accidente de tráfico muy grave. Se acerca al hospital donde los médicos intentan salvar su vida. En la sala de espera le comunican su fallecimiento y, presa de la desesperación, se da golpes de cabeza contra la pared, se revela en su interior.
A los 15 días me encontré con él en la calle. Caminaba cabizbajo, ensimismado. Me detuve a su lado, le expresé mis condolencias, me comentó su dolor y su impotencia, le abracé e intenté aliviar su pena. Le comenté un relato del Evangelio en el que, ante Jesús, se presenta un padre angustiado por su hijo martirizado por malos espíritus. Le pidió: «Si algo puedes, ten piedad de nosotros y ayúdanos». A la respuesta de Jesús, «Todo es posible para el que tiene fe», replica el padre: «Tengo fe, pero con muchas dudas. Aumenta mi fe».
A esta luz le animé a confiar en que hay un horizonte más allá de la muerte; que su hijo, arrancado de esta orilla, llegará a otra rivera. Allí habrá sorpresas, despertará en los jardines de la luz, donde le espera el Dios de la vida con los brazos abiertos, para rehacerlo en una experiencia inédita. El que se ha ido se queda amasado en la carne de los suyos y seguirá latiendo en sus adentros como un eco que nunca acaba de ceder a los ruidos del olvido. Le prometí las oraciones de la comunidad parroquial y quedé a su disposición.
Fue el inicio de una amistad sincera y duradera. Con el tiempo se fue rehaciendo de tal modo que, con ocasión de otra muerte trágica, dedicó una semana a acompañar a su tía que había perdido también a una hija para ayudarla a salir del túnel oscuro.
Cuando me reencuentro con él me expresa su gratitud por aquella primera cercanía a su dolor, y confiesa que, cada vez, que recuerda a su hijo, se sigue estremeciendo.
UNA CUARESMA PARA DAR FRUTOS

El árbol bueno da frutos buenos. Y para que llegue a darlos, el árbol requiere muchos cuidados.
Lo primero que hay que hacer es preparar la tierra para plantarlo; ha de estar la tierra bien regada, sin malas hierbas ni piedras que impidan a sus raíces extenderse y agarrar profundamente la tierra.

Después, es necesario tener una gran paciencia para permitirle crecer a su ritmo. También es necesario darle tiempo para reponer fuerzas, para recobrar la salud. En una palabra, hay que estar pendientes de él con un gran cuidado. Al árbol hay que darle también sus oportunidades.
Hay que podar las ramas secas para que la savia pueda llegar sin dificultad hasta las ramas más pequeñas y más alejadas del tronco.
Hay que apuntalarlo para que resista las tempestades. Si es frágil y está mal cuidado, resistirá poco y será arrancado de cuajo. hay que preservarlo de los bichos que se cobijan en él y le destruyen quitándole las fuerzas.
Hay que preocuparse de él en todo momento. ¡Entonces sí que será capaz de dar los frutos esperados, sabrosos y nutritivos!
Nosotros somos parecidos a los árboles. Nuestros frutos son nuestras obras y nuestras palabras. Si permanecemos plantados en la Palabra de Jesús, en su Evangelio, entonces daremos frutos -nuestras obras y palabras- en las cuales se podrá saborear la Palabra de Jesús. Si nos preocupamos de que nuestras raíces estén asentadas en Jesús; entonces nuestros frutos serán frutos de amor y no de odio.

Decálogo de la conversión cuaresmal
1.- La conversión es recordar que el Señor nos hizo para sí y que todos los anhelos, expectativas, búsquedas y hasta frenesíes de nuestra vida, sólo descansarán, sólo se planificarán, cuando volvamos a El.
2.- La conversión es la llamada insistente a asumamos, reconozcamos y purifiquemos nuestras debilidades.
3.- La conversión es ponernos en el camino, con la ternura, la humildad y la sinceridad del hijo pródigo, de rectificar los pequeños o grandes errores y defectos de nuestra vida.
4.- La conversión es entrar en uno mismo y tamizar la propia existencia a la luz del Señor, de su Palabra y de su Iglesia y descubrir todo lo que hay en nosotros de vana ambición, de presunción innecesaria, de limitación y egoísmo…
5.- La conversión es cambiar nuestra mentalidad, llena de eslóganes mundanos, lejana al evangelio, y transformarla por una visión cristiana y sobrenatural de la vida.
6.- La conversión es cortar nuestros caminos de pecado, de materialismo, paganismo, consumismo, sensualismo, secularismo e insolidaridad y emprender el verdadero camino de los hijos de Dios, ligeros de equipaje.
7.- La conversión es examinarnos de amor y encontrar nuestro corazón y nuestras manos más o menos vacías.
8.- La conversión es renunciar a nuestro viejo y acendrado egoísmo, que cierra las puertas a Dios y al prójimo.
9.- La conversión es mirar a Jesucristo -como hizo Teresa de Jesús a su Cristo muy llagado- y contemplar su cuerpo desnudo, sus manos rotas, sus pies atados, su corazón traspasado sentir la necesidad de responder con amor al Amor que no es amado.
10.- Y así, de este modo, la conversión, siempre obra de la misericordia y de la gracia de Dios y del esfuerzo del hombre, será encuentro gozoso, sanante y transformador con Jesucristo.

LA ORACIÓN ES LUZ DEL ALMA
De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo (Suplemento, Homilía 6 sobre la oración: PG 64, 462-466)

El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con él: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción.
Conviene, en efecto, que elevemos la mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el anhelo y el recuerdo de Dios, de modo que todas nuestras obras, como si estuvieran condimentadas con la sal del amor de Dios, se conviertan en un alimento dulcísimo para el Señor. Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de la abundancia que de Dios brota, si le dedicamos mucho tiempo.
La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos, apeteciendo la leche divina, como el niño que, llorando, llama a su madre; por la oración, el alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza visible.
Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, alegra nuestro espíritu y tranquiliza sus afectos. Me estoy refiriendo a la oración de verdad, no a las simples palabras: la oración que es un deseo de Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina, de la que también dice el Apóstol: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.
El don de semejante súplica, cuando Dios lo otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma; quien lo saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor, como en un fuego ardiente que inflama su alma.
Cuando quieras reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con la luz de la justicia; decora tu ser con buenas obras, como con oro acrisolado, y embellécelo con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras; y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es como si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo del alma.

AGENDA DE LA SEMANA
Esta semana rezaremos por las religiosas de la parroquia y por las vocaciones a la vida consagrada.
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Todos los días laborables de Cuaresma a las 6.30h de la mañana se rezará la Oración comunitaria de Laudes.
Los viernes se rezará el Ejercicio del Viacrucis a las 19h.

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