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CONFERENCIA 30 OCTUBRE

sábado, 23 de mayo de 2020

NUEVO PENTECOSTÉS

HOJA PARROQUIAL Nº 251

"Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" (Hch 1, 8). El autor sagrado dice que "fue elevado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos" (Hch 1, 9). Es el misterio de la Ascensión, que hoy celebramos solemnemente. Pero ¿qué nos quieren comunicar la Biblia y la liturgia diciendo que Jesús "fue elevado"? El sentido de esta expresión no se comprende a partir de un solo texto, ni siquiera de un solo libro del Nuevo Testamento, sino en la escucha atenta de toda la Sagrada Escritura. En efecto, el uso del verbo "elevar" tiene su origen en el Antiguo Testamento, y se refiere a la toma de posesión de la realeza. Por tanto, la Ascensión de Cristo significa, en primer lugar, la toma de posesión del Hijo del hombre crucificado y resucitado de la realeza de Dios sobre el mundo.
En el Cristo elevado al cielo el ser humano ha entrado de modo inaudito y nuevo en la intimidad de Dios; el hombre encuentra, ya para siempre, espacio en Dios. El "cielo", la palabra cielo no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más osado y sublime: indica a Cristo mismo, la Persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad, Aquel en quien Dios y el hombre están inseparablemente unidos para siempre. El estar el hombre en Dios es el cielo. Y nosotros nos acercamos al cielo, más aún, entramos en el cielo en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con él. Por tanto, la solemnidad de la Ascensión nos invita a una comunión profunda con Jesús muerto y resucitado, invisiblemente presente en la vida de cada uno de nosotros.
Desde esta perspectiva comprendemos por qué el evangelista san Lucas afirma que, después de la Ascensión, los discípulos volvieron a Jerusalén "con gran gozo" (Lc 24, 52). La causa de su gozo radica en que lo que había acontecido no había sido en realidad una separación, una ausencia permanente del Señor; más aún, en ese momento tenían la certeza de que el Crucificado-Resucitado estaba vivo, y en él se habían abierto para siempre a la humanidad las puertas de Dios, las puertas de la vida eterna.

Benedicto XVI Solemnidad de la Ascensión


GRACIAS

Silos. Mayo de 2020. Quizá te sorprendas, pero quiero darte las gracias. Gracias por seguir caminando en medio de tanta oscuridad. Gracias por esperar el amanecer. Gracias por tus lágrimas que hacen caminos surcando tu rostro y que tanto te enseñan. Por tu sonrisa que hace brotar la vida en medio del desierto, que devuelve la esperanza, tan necesaria estos días. Gracias por seguir soñando para que los demás sueñen. Gracias por compartir tus silencios y llenarlos de palabras. Gracias por sostener a los que están cerca y acompañar a los que están lejos. Con una palabra. Con tu voz. Con Su voz.
Gracias por escuchar a los que lo han necesitado. Y a los que todavía lo necesitan. Por tu paciencia en conversaciones que no tienen fin. Gracias por cargar con el peso de la cruz de muchos. Por evitar que caigan. Por compartir su miedo. Por abrazar su dolor. Gracias por no cansarte. Gracias por no quejarte aunque tengas motivos. Por permanecer en pie, aunque sientas que no hay terreno firme bajo tus pies.
Gracias por cada gesto de generosidad. Gracias por tus mensajes tan esperanzadores. Gracias por querer hacer un poco más felices a los demás. Gracias por esos pequeños sacrificios por amor. Gracias por tus aplausos. Los de fuera. Y los del corazón. Esos que nadie ha escuchado, pero que todos hemos sentido. Gracias por ser prudente, porque estás ayudando a salvar vidas.
Gracias por gritarle a Dios cada día, a pesar de tus nudos en la garganta. Gracias por abrir ventanas al cielo con cada oración. Gracias por no olvidarte de tantos que sufren. Por decir su nombre en voz alta para que Dios lo escuche. Gracias por agarrarte de Su mano, porque así has agarrado a todos. Gracias por hacer de tu casa una Iglesia doméstica. Gracias por ser púlpito de Jesucristo. Gracias por ser misionero aunque tu vida se reduzca a unos pocos metros cuadrados. Gracias por seguir buscándole para que otros lo encuentren. Gracias por tu vida oculta que señala el camino al buen Dios. Gracias porque, en esta desescalada que comenzamos, sigues enseñándome cómo escalar hacia el cielo.





TOBOGÁN A LA MUERTE


Parece que el 55 % de españoles es partidario de impulsar la ley de la eutanasia, frente al 29 % que está en contra. Entre estos, supongo que se encuentran quienes, como yo, han visto morir en soledad a su padre en una residencia, sin cuidados específicos contra el coronavirus. Pensarán lo mismo personas de la tercera edad que no se sienten culpables de vivir y temen que la letra de esta ley sirva para matarlas, y amargarles antes la vida. Posiblemente quienes son partidarios de una ley de la eutanasia desconocen la experiencia de Holanda, Bélgica o Austria, al desarrollarla como un tobogán a la muerte.


MEDIDAS DE SEGURIDAD


Para que la vuelta a la Eucaristía se produzca con total seguridad, la Conferencia Episcopal y las diócesis han preparado una serie de recomendaciones. Medidas, muchas de ellas, que se derivan de las recomendaciones de las autoridades sanitarias y que han sido recogidas, muchas de ellas, en la orden ministerial que regula la fase 1 del proceso de desescalada. Con alguna novedad, pues el texto publicado en el BOE pide que se determine el aforo máximo y recomienda que se limite la duración de las celebraciones.

Estas son las principales pautas que afectan a los fieles:

- Desinfección de manos a la entrada y salida.
- Mantener la distancia de seguridad.
- Uso de mascarillas.
- Sin contacto en la paz.
- Colecta a la salida.


«Decía que tuvo padres santos»
Solo once días antes del centenario del nacimiento de san Juan Pablo II, la archidiócesis de Cracovia abrió solemnemente la causa de canonización de sus padres, Karol y Emilia Wojtyla. La elección como postulador de Slawomir Oder, que ya llevó el proceso del Papa santo, muestra la íntima conexión entre la santidad del hijo y la fama de santidad de los padres. «Siendo su secretario le oí decir muchas veces que tuvo padres santos», subrayó el cardenal Dziwisz durante la ceremonia en la que se tomó juramento a los miembros de la comisión diocesana. Dado que Emilia falleció cuando su hijo Karol tenía solo 9 años, el Pontífice recordaba sobre todo a su padre, «con quien no tenía solo una relación filial sino una verdadera amistad espiritual». Con todo, el también arzobispo emérito de Cracovia subrayó que Juan Pablo II no cesaba de mostrar «cariño por su madre de diversas maneras y en distintas ocasiones. Siempre tenía pequeños retratos de ellos en su mesa de trabajo, hasta el final. Volvía a esa experiencia del hogar cuando hablaba de la importancia de los padres en nuestras vidas, citando ejemplos de padres santos que educaron bien a sus hijos, como los de santa Teresa de Lisieux». Por ello, se mostró «profundamente convencido de que serán un ejemplo para las familias modernas y patronos de nuestras familias».


"Cuando un A-Dios se vislumbra...


El 21 de mayo de 1996, siete monjes de la comunidad del monasterio de Tibhirine fueron asesinados: Christian (el que escribe lo que luego se ha considerado como el Testamento de aquella comunidad), Christophe, Luc, Paul, Michel, Celestin y Bruno.


TESTAMENTO del P.Christian Chergé, prior del monasterio de Tibhirine (Argelia) Abierto el domingo de Pentecostés, 25 de mayo de 1996 


Si me sucediera un día --y ese día podría ser hoy-- ser víctima del terrorismo que parece querer abarcar en este momento a todos los extranjeros que viven en Argelia, yo quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recuerden que mi vida estaba ENTREGADA a Dios y a este país.

Que ellos acepten que el Único Maestro de toda vida no podría permanecer ajeno a esta partida brutal.

Que recen por mí. ¿Cómo podría yo ser hallado digno de tal ofrenda?

Que sepan asociar esta muerte a tantas otras tan violentas y abandonadas en la indiferencia del anonimato.

Mi vida no tiene más valor que otra vida. Tampoco tiene menos. En todo caso, no tiene la inocencia de la infancia.

He vivido bastante como para saberme cómplice del mal que parece, desgraciadamente, prevalecer en el mundo, inclusive del que podría golpearme ciegamente.

Desearía, llegado el momento, tener ese instante de lucidez que me permita pedir el perdón de Dios y el de mis hermanos los hombres, y perdonar, al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiera herido.

Yo no podría desear una muerte semejante. Me parece importante proclamarlo.

En efecto, no veo cómo podría alegrarme que este pueblo al que yo amo sea acusado, sin distinción, de mi asesinato.

Sería pagar muy caro lo que se llamará, quizás, la "gracia del martirio" debérsela a un argelino, quienquiera que sea, sobre todo si él dice actuar en fidelidad a lo que él cree ser el Islam.

Conozco el desprecio con que se ha podido rodear a los argelinos tomados globalmente. Conozco también las caricaturas del Islam fomentadas por un cierto islamismo.

Es demasiado fácil creerse con la conciencia tranquila identificando este camino religioso con los integrismos de sus extremistas.

Argelia y el Islam, para mí son otra cosa, es un cuerpo y un alma.

Lo he proclamado bastante, creo, conociendo bien todo lo que de ellos he recibido, encontrando muy a menudo en ellos el hilo conductor del Evangelio que aprendí sobre las rodillas de mi madre, mi primerísima Iglesia, precisamente en Argelia y, ya desde entonces, en el respeto de los creyentes musulmanes.

Mi muerte, evidentemente, parecerá dar la razón a los que me han tratado, a la ligera, de ingenuo o de idealista:

"¡qué diga ahora lo que piensa de esto!" Pero estos tienen que saber que por fin será liberada mi más punzante curiosidad. Entonces podré, si Dios así lo quiere, hundir mi mirada en la del Padre para contemplar con El a Sus hijos del Islam tal como El los ve, enteramente iluminados por la gloria de Cristo, frutos de Su Pasión, inundados por el Don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre, el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias. 

Por esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios que parece haberla querido enteramente para este GOZO, contra y a pesar de todo.

En este GRACIAS en el que está todo dicho, de ahora en más, sobre mi vida, yo os incluyo, por supuesto, amigos de ayer y de hoy, y a vosotros, amigos de aquí, junto a mi madre y mi padre, mis hermanas y hermanos y los suyos, 

¡el céntuplo concedido, como fue prometido!

Y a ti también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías. Sí, para ti también quiero este GRACIAS, y este "A-DIOS" en cuyo rostro te contemplo.

Y que nos sea concedido reencontrarnos como ladrones felices en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío.

¡AMEN! IN SHALLAH!

Argel, 1 de diciembre de 1993

Tibhirine, 1 de enero de 1994 

Christian.+

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